Ballet estático para taladro y cámara fotográfica
“Esto no son balas”. Matías Gibaut va desde la figura del francotirador hasta el cuestionamiento de la visión, la representación. “Esto no son balas”, eso dice Matías y, sin embargo, agujerea las paredes como muestra de un deslinde, una dislocación. Aquello de la vida que traspasa el marco y pone en entre dicho el mismo lugar del espectador. La mano taladra como si estuviera detrás de una cámara de cine, moviéndose en torbellino detrás de la escena, detrás del que mira, implicándolo, abriendo una interrogación inquietante…¿Y si fuera yo el que disparó?
¿Quién? ¿Desde dónde podrían haberse hecho estos agujeros si no es desde el lugar de mi mirada? De manera tal que la cámara de cine se convierte, entonces, en una cámara gesell, un espejo que observa en busca de pruebas.
Mirar, ser mirado, perforar, penetrar la realidad penetrando en la fantasía; pero también acusar. Los impactos serán indicios que transfigurarán la primera pregunta por el sujeto. Los rastros intentarán una declaración que no llega: ¿quién es culpable?
En el ángulo inferior de la fotografía un banco espera el juicio. Banquillo vacío de los acusados. Único elemento de ficción. Resto de una invención que no encuentra su par en la realidad. Este banco de plaza, o trampolín,
o balsa, sólo ha sido visto por el fotógrafo. Es parte de su memoria hecho registro. Es lo más desaparecido, pero también lo más consistente.
En el ángulo, un pedazo de madera genera el detalle erótico. Cuerpos sin lugar, sin espacio, sin exposición, tocan todo con las puntas secretas de lo que ha devenido leyenda. Nada es más singular que este vacío, ¿cómo tocar lo que no está presente y se ve? Como en el amor, Matías Gibaut empuja un límite en el borde de aquello imposible de ser apropiado. Indicios.
Ana Arzoumanian